La voz metálica de una señorita por los altavoces de la estación, comunicando la hora de la llegada del tren, le alertó. Se estaba tomando un café en la cantina, con un barullo inusual para un día de diario cualquiera, cuando volvió a dar un sorbo mirando al andén. Amanecía afuera y el gentío iba y venía con las prisas normales de una jornada laboral más. En la televisión las noticias de esa mañana, eran las mismas que las de la noche anterior, poco había cambiado el mundo en esas horas donde el sueño habita. No hacía frío allí dentro, pero el exterior se desperezaba con una neblina húmeda que calaba hasta los huesos.
Frente a él, una pareja ya entrada en años, desayunaba con cierta parsimonia, con sus rostros cansados y tristes, sin hablarse ni mirarse. En la barra, personajes dispares hablaban con un tono cada vez más alto uniéndose a los ruidos típicos de un bar donde, el tintineo de los vasos, le daba un halo de música oriental. Una joven con una maleta enorme esperaba con impaciencia su café mientras miraba insistentemente su móvil escribiendo algún mensaje a una velocidad vertiginosa. Volvió la vista al andén que, de pronto, se había llenado de gente en modo estático, como en pausa…. Miró su reloj de pulsera y se tomó el resto del café de un sorbo. Se acomodó el abrigo, cogió el periódico, la maleta y salió al frío andén a esperar la llegada del convoy y, como si de una figura del ajedrez se tratara, se quedó allí parado, entre una pareja joven agarrados de las manos y un señor altísimo, rubísimo y con dos maletones de colores chillones que a pasitos cortos iba ganándose espacio hacia la parte delantera del andén.
Primero, a lo lejos, se divisó la luz y después, un silbido agudo y largo, les alertaba de su llegada. Pero surgió de la niebla como una aparición, con su hocico puntiagudo en rojo y azul, un flamante tren moderno con todas las comodidades. De pronto, como si de una ola se tratara, la gente empezó a moverse con una prisa ridícula, parecía aquello una carrera de maletas, las olimpiadas del viaje…Él se quedó en su sitio hasta que el tren paró, no sin antes haber sido arrollado por la maleta de una mujer que con una breve sonrisa intentaba disculparse. Sacó su billete y empezó a buscar el número del coche tranquilamente. Las puertas se abrieron y aquel dragón brillante empezó a engullir uno a uno a todos los pasajeros.
Su asiento, de ventanilla, estaba en una de las puntas del vagón, cerca del baño y de la puerta de salida. Se quitó el abrigo que dobló con esmero y colocó su pequeña maleta en la bandeja de la parte superior. Sacó el móvil que puso en modo avión, una botellita de agua y se sentó, abriendo el periódico para seguir leyendo el artículo que había dejado a medias en la cantina. En el vagón aún quedaban muchos asientos libres y seguían entrando personas cargadas de maletas y bolsos que llegaban con el tiempo justo, entorpeciéndose unos a otros, formando un batiburrillo de equipajes en medio del pasillo mientras buscaban sus asientos.
Faltaban apenas unos minutos para que aquel dragón tuviera la panza llena y empezara su viaje. Se cerraron las puertas y se hizo el silencio. Y a partir de ahí, todo se convirtió en un susurro común, las voces callaron y aquellas personas que habían entrado con un griterío infernal parecieron, de pronto, desaparecer. Él lo agradeció con toda su alma, bastante había tenido ya esa semana como para tener que viajar como si estuviera en un bar de mala muerte.
Dejó por un momento el periódico a un lado y mientras el tren se ponía en marcha, su mirada se perdía en el horizonte y su pensamiento en la última imagen de la mujer de su vida. Toda su tristeza ya la había consumido en los últimos meses de su enfermedad y ahora la resignación por su pérdida era lo único que le quedaba. El último trago había sido dejar parte de sus cenizas en el panteón de sus padres y esparcir la otra parte en el mar…
Aquella mañana, desde lo alto de la sima de la casa de verano se despidió de ella vertiendo sus últimas lágrimas, saladas como aquel mar que tenía enfrente. Empezó a traquetear el tren y volvió a su presente como si alguien le hubiera dado un manotazo. Abrió el periódico y siguió leyendo,”Encuentran el cadáver de un hombre momificado en su cama. Parece ser que llevaba muerto tres años. Nadie lo había echado de menos”…