Son numerosas las ocasiones en las que se repite este principio castellano en nuestra literatura. Se le atribuye al infanteño Francisco de Quevedo (Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos) quien en el siglo XVII escribió “sólo el necio confunde valor y precio”. Con posteridad, en el pasado siglo XX, el genial Antonio Machado Ruiz lo redondeó con un “todo necio confunde valor y precio”.
Ríos de tinta desde entonces hasta hoy y la máxima sigue vigente, si cabe, cada vez más actual. Hasta tesis doctorales hay al respecto tomando la frase titular como columna vertebral de numerosas disertaciones literarias e incluso científicas en su más amplio espectro.
Aplicaciones oportunas sobran, máximo en España siendo tan dados a los refranes y dichos populares, segura herencia y legado árabe, que ocho siglos dejan amplia huella genética y hereditaria solidificando los cimientos culturales de nuestra nación.
Sirva lo anterior como preámbulo de lo siguiente:
Vamos a la panadería, pongan por caso, y le pedimos al simpático dependiente que nos dispense el necesario pan nuestro de cada día. Imaginen que resultase que es costumbre y tradición impuesta desde la dictadura que, el panadero en vez de cobrar al contado (tal ocurre en la actualidad) cobrase por meses vencidos con cargo a la cuenta bancaria de cada cliente, todo más cómodo y fácil para ambos.
Siguiendo con nuestro supuesto, el propio hornero del resultado de la molturación del trigo duro y añadidura de levadura, sal y agua, es quien se presta a llevarnos a casa el producto recién elaborado cada día e hipotéticamente, con el único interés de mejorar el servicio que nos presta y conjeturamos que sólo pensando en los consumidores.
Incluso, en un exceso de servidumbre y gentileza, nos instala el instrumento de pesaje en nuestro propio domicilio y él mismo se encarga de pesar el pan. Así nosotros, como clientes, no hemos de molestarnos en absoluto.
Por si fuera poco, el servicio prestado, y abundando en el buen hacer de nuestro proveedor de manufacturas cerealistas y levaduras, es él mismo quien se afana (del verbo afanar) en el calibrado de la balanza que rige el peso del producto final. Y nosotros tan tranquilos y confiados con nuestro honrado y honesto panadero artesanal de masa madre.
Por último, son tantas las bondades, los desvelos y los quehaceres de nuestro tahonero que para lo único que no tiene tiempo es para facturar y cobrar. Siguiendo los vientos neoliberales que nos aromatizan, subcontrata o externaliza esta misión, “a priori” imprescindible y vital para cualquier empresa y en su afán de simular un libre mercado, llega al extremo de disponer de diversas empresas que pueden facturarnos el mismo pan.
Y es en este punto donde empieza nuestra inquietud y desasosiego, pues según la empresa que nos facture nos cobra un precio diferente por el mismo producto. Dicho de otro modo, es cada subcontratada gestora del cobro la que difiere el precio de un mismo valor, el pan, se sobreentiende.
Es más, en una hipérbole ascendente o tirabuzón invertido, según el día e incluso la hora a la que comamos el pan nos cobran un precio u otro, basándose en las horas valle, pico, la demanda del “libre mercado”, las “subastas de los especuladores”…
Ya próximos al paroxismo, podemos optar por cambiar de tarifa libre a regulada o viceversa (la calificada por el presidente de una empresa del gremio como la “tarifa de los tontos”) ahorrando en nuestra adquisición y optimizando el precio por recomendación del altruista empresario de la panificadora. Eso sí, por teléfono, que no están las multinacionales u oligopolios maquillados e intervenidos por mantener puestos de trabajo ni colaborar con la economía nacional.
Como colofón final al proceso nos envían una factura, documento mercantil básico, que catedráticos universitarios en contabilidad hay que no logran descifrar. Además, y sustentando el ahorro en cuestiones medioambientales y de responsabilidad social, el magnánimo empresario del grano molturado y horneado es quien paradójicamente nos recomienda que comamos menos pan, muy preocupado por nuestro bienestar físico, psíquico y social. ¡Cuánta hipocresía!
Pues ahora sustituyan en la premisa el tácito pan por el real, que bien puede ser la electricidad o el gas (mayormente ruso, aunque lo nieguen por activa y por pasiva). Concluirán con nosotros que se continúan mofando de los consumidores españoles y coincidirán en que ni nos tienen aprecio ni nos valoran y lo que es peor nos confunden con necios.
Coincido contigo, piensan que somos necios. Me da miedo pensar dónde vamos a llegar.
Me parece muy bien que a Quevedo se le considere Infanteño, pues aunque nació en Madrid, en la villa y corte sólo estuvo 64 años, vivo, mientras que en Infantes lleva 378 años muerto.