Son las tres y media de la tarde. No en todos los restaurantes te reciben con una sonrisa a esas horas. Es por eso que lo valoramos enormemente; tras una mañana de trabajo, se agradece la amabilidad y las buenas caras. El segundo factor que hemos tenido en cuenta ha sido la facilidad de aparcamiento, a la sombra. El tercero y definitivo, el menú ejecutivo, por precio y calidad.
Llegamos y saludamos a dos auténticas instituciones, en lo que a profesionales de una barra se refiere. Rodri y Maxi. El primero me contó que llevaba en la casa más tiempo que el propio dueño, cuarenta años del ala. El segundo, Maxi, ya jubilado y saludando a los amigos.
La sonrisa de Virginia ilumina el salón y, pizpireta como es ella, nos atiende rápidamente. Tras las oportunas presentaciones, le pasa el imaginario testigo a Pedro que, hoy ejerce de jefe de sala, y nos acomoda. Aún recuerdo el día que, don José Luis, renovó el mobiliario. Atrevido, le respondí cuando me pidió mi opinión; hoy ya acostumbrado le diría que acertó de pleno.
Aquel sí que era un empresario, más que de sobra. Tanto es así que nos sirvió de ejemplo para todos los que tuvimos la fortuna de compartir vida con él. Alumno aventajado su hijo, José Luis Iniesta Gallardo, universitario por formación académica y por master en los negocios de su padre. Quien se encargó de que el engranaje siguiera funcionando perfectamente, aún a falta del “relojero”.
A elegir, uno de tres, como si de una colección de joyas de autor se tratase. Tres primeros, tres segundos y dos postres. Y a fe que son joyas los platos que tenemos la dicha de degustar. Todo por 14,95 euros, incluyendo pan, vino o agua.
¿Saben aquel que hay una pareja de chinos, una de portugueses y una de españoles, en un restaurante de Badajoz? Pues ese es hoy día el de la cafetería del Hotel Rio. Internacional y multicultural, como los tiempos que nos han tocado vivir. Con permiso de don Antonio que, a sus noventa y siete años, es cliente asiduo. Esta ya sería referencia más que suficiente.
Buen servicio y rapidez unidos a una decoración señorial, en madera, que hoy sería casi imposible, por coste y falta de artesanos. Suelos de mármol blanco, Macael seguro, que Carrara queda lejos. Decoración perfecta para su cometido, sin estridencias ni distracciones.
De entrantes, bacalao dorado y ensalada César. Esta última con toques de autor reseñables y únicos como los picatostes y el pollo al modo de la casa.
De segundo una corvina al ajo de cocción perfecta y presentada con verduritas que, en su justa medida, equilibran el principal.
Para rematar un arroz con leche, de las abuelas, rico de verdad. Con su palo de canela y su monda de naranja, como mandan los cánones. ¡Qué alegría!
Las camareras y los camareros, que de ambos hay, de riguroso blanco y negro, con mandil negro luciendo el logotipo de la casa. Amables y profesionales, de toda la vida, características estas tan en desuso.
Lo recomendamos y como quiera que no son muchos los lugares donde aún encontrar un buen plato de cuchara en Badajoz… ¡Volveré!, que dijo Douglas MacArthur.