Cuenta Ray Bradbury en el libro “Zen en el arte de escribir” que en la primavera de 1950, escribir y terminar el borrador de su novela “Fahrenheit 451” le costó nueve dólares y ochenta centavos.
En aquellos años su familia -de cinco miembros- no tenía dinero ni para una máquina de escribir por lo que él, que ya era escritor, tuvo que alquilar una en el sótano de la biblioteca de la Universidad de California.
Alquilarla costaba diez centavos cada media hora. Él insertaba una moneda y se ponía a escribir “como un salvaje” para terminar antes de que se agotara el tiempo, en dura pugna con el tic tac del reloj que controlaba a la máquina. Si se atascaba la máquina se volvía loco.
Con estos sacrificios consiguió por fin -10,80 dólares le costó- su novela sobre la quema de libros a la que tituló “Fahrenheit 451” (equivalentes a 232,78 grados centígrados) que es a la temperatura a la que arden los libros.
A lo largo de los siglos y casi siempre por motivos políticos, bélicos o religiosos (también para protestar) ha habido quemas masivas de libros, por lo que Ray Bradbury lo tuvo fácil para imaginar su distopia.
Las distopías son historias que transcurren en una sociedad del futuro -deshumanizada y endurecida- en donde destacan el aislamiento, los desastres ecológicos y la violencia.
Las más conocidas, aparte de “Farenheit 451” de Ray Bradbury son “1984” de George Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y “El hombre en el castillo” de Philip K. Dick.
El argumento de “Farenheit 451” es muy simple. En ese futuro las viviendas se fabrican rodeadas de un plástico ignífugo por lo que a los bomberos al quedarse sin trabajo, les buscan otro oficio: quemar libros.
Cada vez que suena la sirena en su estación de bomberos es porque han encontrado una casa con libros. Ellos raudos y veloces, con sus camiones cargados de petróleo y sus lanzallamas, se lanzan a quemar la biblioteca en cuestión.
Pero algo le ocurre a Guy Montag, el protagonista de la novela, cuando descubre a una muchacha de diecisiete años que le abre los ojos con su actitud y sus preguntas.
En esa sociedad está prohibido leer e, incluso, pensar. A la gente le han inculcado y repetido tanto (la publicidad, la televisión, la radio, hasta existen máquinas que cuentan chistes, paredes musicales…) que son felices que ya ni se lo plantea nadie. “¿Feliz? Menuda tontería”, contesta Montag cuando la muchacha se lo pregunta.
En esa sociedad “nadie tiene tiempo para nada” (la novela se publicó en 1957…). Quemar libros es tan solo una operación de limpieza. Curiosamente, a los bomberos siempre los llaman de noche, cuando ver arder libros es un auténtico espectáculo que también sirve de aviso y escarmiento a quién los siga escondiendo.
También, como dice Bradbury, todo el mundo está enganchado al teléfono (aún no existían los móviles). Se contaba (en la novela) un chiste en el que un esposo desesperado porque su mujer no le hace ni caso, baja a la tienda de la esquina para llamarla por teléfono y preguntarle qué hay para cenar (rol machista, no hace falta decirlo).
Avanzando en la novela, encontramos que la gente no recordaba nunca nada. Y ni siquiera lloraba. Y lo prohibido no era solo tener libros sino, sobre todo, leerlos.
Cuando Montag presencia cómo una mujer prefiere quemarse junto a sus libros antes que seguir viviendo, empieza a plantearse que algo tienen que tener los libros porque nadie se sacrifica por nada. Y se pregunta cómo tuvo que ser idear un libro: detrás de cada uno de ellos había una persona que había pasado mucho tiempo escribiéndolos, quizás hasta toda una vida. Luego llegaban él (que se hizo bombero porque su padre y su abuelo lo fueron) y sus compañeros de trabajo y en segundos quemaban los esfuerzos de toda una vida.
Cuando Ray Bradbury cuenta que se había llegado a esta sociedad en donde estaba prohibido tener libros debido a que la mente del hombre iba a tanta velocidad que “la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de tiempo”, me recuerda el camino que llevamos. La vida era inmediata. Se convertía en una carrera. Todo se hacía deprisa, de cualquier modo. ¿Para qué aprender algo más si la vida consiste en trabajar y después “todo es diversión”? ¿Para qué los libros?
Ahora que ya en 2023 (casi) nadie lee libros (enjundiosos) en papel, no hace falta quemarlos.
¿De aquellos barros estos lodos?
Fin.