A los niños no se les pega. Nunca. Lo diré mil veces y lo seguiré diciendo, no me cansaré de repetirlo. No hay que pegar a los niños. Porque se sienten humillados. Porque se sienten decepcionados. Los padres son los ídolos a quienes quieren parecerse los hijos. Si esos padres les hacen daño, algo se rompe del vínculo que existe entre ellos.
Si pegas a un niño para resolver un conflicto, cada vez que el niño quiera solucionar un problema, ha aprendido de sus padres que la solución es pegar. Así de fácil. Los niños hacen lo que ven.
Los niños hacen trastadas y rompen cosas porque se sienten desatendidos, quieren estar con sus padres que son sus modelos y si los echan en falta, saben que la única manera de llamar la atención de los mayores es rompiendo cosas o subiéndose al sofá o a la mesa y así.
El niño quiere jugar con la madre o con el padre, aunque todavía, en pleno siglo XXI, la sacrificada sigue siendo las más de las veces, “la de siempre”, pero la madre está muy cansada y como puede, se lo quita del medio.
El niño rompe una maceta o tira una lámpara. La madre va corriendo a decirle algo al niño. Es fácil captar la atención de la «sacrificada» madre. El niño ha aprendido que la única manera de que la madre vaya con él es esa. Al límite, a veces, la reacción de la madre es pegar. Eso no es lo que espera el niño. El niño solo quiere jugar (todo el tiempo) con su madre. Hay que prestar más atención a los niños, es lo que piden.
También, como excepción, existen niños hiperactivos o faltos de empatía, pero no necesitan “palos”, necesitan ayuda psicológica. Y cariño y presencia. Y el tiempo de los adultos.
La relación ideal entre los padres y los hijos tiene que estar basada en el amor y el respeto. Eso se rompe cuando pegamos: el temor se ha introducido entre ese amor y ese respeto. Y ese miedo tiene mucha fuerza. La cultura del miedo no es la mejor posible en una relación paternofilial. Algunos hasta lo llaman refuerzo positivo.
A los padres no se les educa para ser padres. Y eso aparte de un gran riesgo, produce niños y padres desorientados. Con lo fácil que es crear escuelas de padres (¿en los colegios?) a nadie se le ocurre hacerlas, no serán rentables económicamente.
Un padre que pega es un padre impotente, incapaz. Si pega es porque ya no le quedan más recursos. No es que no existan más recursos sólo que no sabe qué hacer con su hijo. Y pega. Esa nunca es la solución, la violencia genera violencia.
Da igual la fuerza con la que golpees. Al niño le duele y asusta más el hecho de ver a su padre agresivo, descontrolado y violento, que la fuerza con la que le de el cachete o el guantazo.
Hay que educar, no pegar. Insisto.
El pegar hace daño tanto al que pega como al que recibe: todos los que están cerca de esa acción agresiva se sienten incómodos.
Pegar hace que el niño se vuelva sumiso y ese miedo oculto, esa sumisión ante la violencia, le acompañará durante toda la vida, lo que hará que no desarrolle todas sus capacidades, se sentirá, -inconscientemente-, reprimido.
El padre que pega a su hijo es un fracasado desde el momento en que hace daño a lo que más quiere. De esa forma hasta se podría llegar a justificar la llamada “violencia de género”. Y no exagero.
Poner normas y límites, educar en valores y sobre todo fomentar la empatía -ponerse en el lugar del otro- es lo que hay que inculcar a los hijos. Si no sabemos cómo poner esas normas y límites siempre hay educadores, psicólogos y especialistas que pueden ayudar. Lo fácil es decir: “Yo no necesito ayuda». ¿Sabrán esos cómo es mi hijo? ¿Quiénes se creen que son esos especialistas? Un buen cachete y todo solucionado, estos no saben cómo es mi hijo, suele ser el argumento que esgrime un padre para esconder su impotencia, sus prisas, su ignorancia y su agresividad.
Hay dos frases que escucho de vez en cuando sobre las que tengo mis dudas. Como yo nunca he pegado a mi hija me suelen decir que “he tenido suerte”. Y no es eso. No es suerte.
La otra frase es la que dice todo el mundo: “A mí me pegaron de pequeño y aquí estoy, no me pasó nada, soy buena persona, educado y tal y cual”.
No pongo en duda que seas buena persona, pero no hemos pensado que podíamos haber sido mucho mejores en muchos aspectos de la vida si no nos hubieran amenazado o pegado nuestros padres. Padres y maestros porque a mí también me pegaron mis maestros, algo que suena paradójico y que digo yo que viene de antiguo, del refrán «la letra con sangre entra».
Lo que hay que analizar es el por qué los niños se portan mal. Pueden ser muchos los motivos de ese mal comportamiento: cansancio, aburrimiento, los padres discuten siempre y están en trámite de separación, problemas económicos en la familia, un abuelo que muere, cambian de colegio al niño. Y uno de los peores motivos es el que también he escuchado muchas veces y que creo es un error: “Como a mí mis padres no me compraban nada, yo les doy todos los caprichos a mi hijo. No quiero que lo pasen tan mal como yo”. Y les compran una bici, una play, un móvil, un no sé qué. Hasta que llega el momento en el que no les compras algo y se vuelven agresivos.
En alguna estadística leí que cerca del noventa por ciento de los españoles está a favor de pegar a los niños aunque solo un cachete de vez en cuando.
Yo no.
Fin.
¡Cuánta verdad!