Tengo la suerte de conocer a personas -diría que de mi “extracción social” casi todas ellas- que tienen pensado una de las siguientes opciones:
Votar, no votar, (abstenerse por ser: anarquista, ese día no se quieren levantar de la cama, están tristes, no ven sentido a votar… o a saber), que su voto sea blanco (meter un sobre vacío) o nulo (una vez en un voto alguien metió una rodaja de sudoroso y supurante chorizo rojo, otra, la foto de una mujer desnuda, otra unos versos satíricos…) y hasta votar por correo porque viven fuera de donde le toca introducir la papeleta en la urna, ese día trabajan a jornada completa o están ingresados en el hospital, hasta a alguien, el presidente de su mesa electoral le sacará la urna a la calle para que pueda votar.
Y gente que ese día trabajará de interventora o apoderada, de representante de la administración local o que le ha tocado de presidente/a o de vocal de mesa (que son los tres -un presidente/a y dos vocales- únicos cargos obligatorios), de policía “de puerta”, en el juzgado, en el Ayuntamiento, de cartero llevando y trayendo documentación, operarios montando las mesas electorales, las urnas y demás, en la Junta Electoral de Zona o en la Junta Electoral Central, en su partido político o sindicato, en los bares cercanos a los lugares donde se vota…
Todo esto (más los y las votantes) es lo importante. De los resultados de las elecciones, dependerá si mejora o no tu vida en los próximos cuatro años (hay mecanismos para que no se lleguen a cumplir los cuatro años…), por eso son tan importantes las elecciones municipales, sobre todo si es, como en mi caso, en Mérida, en una ciudad de unos sesenta mil habitantes donde, “se dice”, nos conocemos todos.
Sé de gente que va a votar en las elecciones municipales porque le cae mal Pedro Sánchez o Feijóo e incluso Zapatero, Felipe González, Aznar o Rajoy, es decir, no por lo que hayan hecho o puedan hacer por ti en tu pueblo, sino por lo que le han dicho, por ideología, por estar indignada o por conciencia democrática o por legitimidad histórica.
Existen personas que hasta leerán toda la propaganda electoral (encuestas, programas), que verán todas las teles, escucharán todas las radios, verán todo internet y aún así a lo mejor no votaran a las mismas personas que yo (que a lo mejor voto, no voto, puede que mi voto sea nulo o en blanco, o puede que haga la misma operación para las elecciones municipales y otra diferente para la comunidad autónoma o meter una de las dos papeletas en las urnas porque votar es un derecho, es lo que tiene la fiesta de la democracia).
Y puedes estar en contra de la Ley Electoral (porque quieres listas abiertas o no votar o cualquier otra opción «razonable») y de la Ley D´Hondt (que es con la que se “cuentan” los votos) sin haberlas leído e interiorizado. O sí.
El domingo veintiocho de mayo será un día lleno de emociones, para salir, votar y luego tomar algo (por ejemplo), para enfadarse, entusiasmarse, ofenderse, para darle importancia o no a los resultados, para saber que una vez cada cuatro años somos o podemos ser iguales teniendo la opción y la posibilidad de votar o no.
En definitiva, que cada cual vote (o no) en conciencia, es decir, con conocimiento, sin que luego le asalten los remordimientos, pensando (y sopesando) qué es mejor para él, para los suyos, por los que ya no están, para su comunidad, su barrio, su pueblo, su ciudad, el planeta, el futuro… sobra decir más.
Yo seguiré teniendo la suerte de conocer a personas -diría que de mi “extracción social” casi todas ellas- que tienen pensado hacer cualquiera de las muchas opciones posibles. Eso sí, hagan lo que hagan, voten lo que voten, seguirán siendo, personas, mis prójimos, mis iguales.
Fin.