Los miedos irracionales no sé si tienen algo que ver con los genes, con cuando el ser humano no era ni homo sapiens y todo lo nuevo -todo lo era ¿Quién fue el primero que bebió leche de oveja? ¿Cómo supieron que una seta era o no venenosa? ¿A quién se le ocurrió utilizar las tripas de los cerdos para envolver carne? ¿Cómo imaginar que un bulto encontrado bajo tierra se podría convertir en patatas fritas? ¿Caracoles? Hay gente a la que le gusta los caracoles y las babosas no, que son las parientes pobres- hacía daño.
Lo mismo tienes miedo a las arañas porque hace siete mil millones de años a algún antepasado tuyo africano -cuando África no se llamaba África- le picó una tarántula en el prepucio y, cada vez que ves una, te acuerdas sin tener ni idea de por qué. Total, solo hay cuarenta y tres mil tipos diferentes de arañas
¿Y las serpientes? Cada vez que escuchas hablar a Frank de la Jungla te lo imaginas besando a una pitón en los morros o metiéndose una mamba negra por la oreja y te entra repelús, dentera, grima, una comezón impropia y unas ansias locas de correr como si a la vuelta de la esquina se encontrara tu ídolo de juventud, ya sea uno de los Pecos, Miguel Bosé, Leif Garrett, Pablo Abraira, Albert Hammond, Rafaela Aparicio, alguna de Las Grecas o Susana Estrada y le quisieras pedir un autógrafo. Y a lo mejor no es solo por las serpientes. El miedo, digo.
Eso sí, si entras en un bar de copas, tipo el Pope, la Rivolta o el Travel y ves allí al de “La matanza de Texas”, con un Larioscola junto al de “Viernes 13” que bebe piña colada, la niña de “El exorcista” con un sol y sombra y al Jack Nickolson (da igual que sea el de “El resplandor” u otra película) con medio litro de absenta color verde, no se te ocurre invitarles a otra ronda.
Estos, más que miedos irracionales, son escénicos porque hacer no te han hecho nada. Nunca. Son cosas del cine. Échale la culpa a los directores de las películas.
Hay gente que le tiene miedo irracional a los fantasmas. No tipo Dalí, Frank Sinatra, Mariah Carey, Warren Beatty, Kanye West, Justin Bieber o algún famosillo que se cree superior a los demás. Me refiero a los fantasmas que de pequeños pintábamos como una sábana blanca con ojos, que son transparentes y que en vez de miedo, habría que pensar que podrían ser la puerta del más allá. Es decir, los fantasmas serían el más acá del más allá. No sé si me explico. Fuera miedos.
Y los fantasmas siempre salen de noche. Es como lo del cielo arriba y el infierno abajo. Cualquiera sabe. Da miedo solo pensarlo.
Más miedo da hablar en público y nadie lo dice (en público). Irracionalmente hablando.
Hay miedo a volar. Y a morir. Y muchos más miedos recónditos. La religión, que yo recuerde, cuando era pequeño me inoculó muchos miedos escénicos.
Eso de los pecados capitales (de provincia) hizo mucho año. Que con siete u ocho años te expliquen que arderás en el infierno por culpa de la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Daba pánico. Sobre todo porque no tenías ni idea de qué significaban estas palabras.
Los pecados veniales eran más fáciles de sobrellevar. Venial significaba ligero, liviano, pero te llevaban al purgatorio. Menuda tensión luego. No sabías si ibas para arriba o para abajo. Era una manera muy brusca de inculcar valores tan extraordinarios como la ética y la moral.
Y eso que los pecados veniales eran más que los otros: beber más de la cuenta (no hacía falta que fuera de garrafón), dar voces a la parienta (en serio, antes se decía «parienta». O señora esposa), fumar (y no solo porros), comer en exceso (no podía uno ni ir al Mesón del Labrador, el restaurante Quini, al Aragón, al Lusi, a las Delicias, el Antillano, al Mimi, al Padre Mollete, al Marcelino…) o , acostarte tarde viendo el Canal Plus codificado, soltar mentirijillas (sigue, sigue, que yo aviso; solo he bebido dos cervezas y así), faltar a clases de religión o de Física y Química, ver películas de dos rombos (aunque tuvieras más de 18 años) y no hablemos de pensar (teoría y práctica) en Tomás…turbación viendo a las señoras en cueros de el “Un, dos, tres, responda otra vez”.
Pero yo venía aquí a hablar de mi libro, digo de mi miedo más irracional.
Los momentos más angustiosos que pasé en mi pubertad me acaecieron cada vez que tenía que devolver alguna película (ya fuera de Bud Spencer y Terence Hill, del oeste o en blanco y negro de Los Hermanos Marx, Charlot, el Gordo y el Flaco o Harold Lloyd) al video club Hollywood o al de la calle Félix Valverde Lillo que no me acuerdo cómo se llamaba.
Era terrorífico pensar en la bronca que me iba a echar el dependiente si se me había olvidado rebobinar la película VHS (Beta ya casi no se hacían, no digamos Blue Ray o Laser Dic), por no decir si me cogía mirando de reojo las carátulas de las pelis S. Con las X no me atrevía. Eso eran palabras mayores.
Y no, si aparcas en zona azul sin tique, eso no es miedo irracional a una multa, eso es que eres daltónico y no distingues bien los colores.
Fin.