Chinchurreta y los vascos eran mis preferidos. Me acuerdo de que Chinchurreta jugó en el Murcia y luego en el Racing de Santander. Estoy hablando de nombres que aprendí hace cerca de cincuenta años y que me vienen ahora a la cabeza porque de tanto “usarlos” en su momento, se hicieron inolvidables.
Chinchurreta era vasco, ya dije, pero no jugaba en la Real Sociedad y eso que los de nombre más largo eran casi todos los de ese equipo: Amuchástegui, Satrústegui, Cortabarría, López Recarte, Urruticoechea -que luego jugó en el Español y en el Barcelona y que ya retirado, con cuarenta y tantos años, falleció en un accidente de coche- Araquistain, Oyarzabal o el pequeño gran López Ufarte.
Me gustaban los nombres largos de futbolistas. Los que no aguantaba porque tenían pocas letras eran: Sol -del Valencia y luego del Real Madrid-, Búa -del Málaga- ni a Uría -que jugó en el Oviedo, en el Real Madrid y en la selección española-, Leal o Melo -del Atlético de Madrid los dos-.
Esto de los nombres de futbolistas era fundamental en nuestros juegos de infancia. Recuerdo que nos sentábamos seis o siete amigos en la acera, cada uno pertrechado de su montón de cromos atados con una goma elástica.
Enseguida nos poníamos a jugar a que ganaba el que sacara el futbolista con el nombre más largo. Allí en la acera, sentados sobre nuestros talones hacíamos una especie de burbuja o vacío en el tiempo y en el espacio. Ni siquiera escuchábamos a nuestras madres cuando nos llamaban a voces desde el balcón para que fuéramos a merendar el bocadillo de mortadela con aceitunas o si había suerte, un trozo de pan duro con chocolate.
Barajábamos nuestros cromos -nosotros, que éramos de barrio, no decíamos cromos, eso era de niños ricos, para nosotros eran “estampas”-, cortábamos por la mitad y el que sacaba el nombre con más letras, ganaba y se llevaba los cromos de los demás.
Será por eso que me acuerdo de los nombres de futbolistas con muchas letras, de tanto desearlos y esperarlos. Era feliz si me salía Sánchez Barrios el del Salamanca que tenía barba y que luego fichó el Madrid si mal no recuerdo, pero, y aunque yo era del Ath. Bilbao, no me gustaba que me salieran Rojo ni Dani, ni Sáez o Lasa de solo cuatro o cinco letras. Hombre, Ortuondo, Aranguren, Amorrortu, Madariaga o Guisasola, también del Athletic ya me iban gustando más, pero no me salían mucho, eran difíciles de encontrar.
Me acuerdo también de que el Burgos, un equipo recién ascendido a Primera allá por 1981, tenía a futbolistas con muchas letras como García Cuervo, Ruiz Igartua o García Navajas, pero el que más letras tenía de todos era el portero que hasta me parecía que era muy bueno parando y que se llamaba -supongo que ese seguirá siendo su nombre- Fernández Manzanedo (18 letras), que superaba a Montero Castillo (15) del Granada. Me ha hecho ilusión contar con los dedos, como antaño, que Fernández Manzanedo tiene 18 letras y que el futbolista del Granada, tiene 15. Qué recuerdos.
Ahora los niños no juegan con los cromos, si acaso los coleccionan. Ni tan siquiera ejercitan la memoria sentados en las aceras, aprendiendo tantos nombres. Las aceras ya no sirven para entorpecer el paso de la gente.