Trepábamos piedra a piedra hasta casi arriba de uno de los pilares, el más cercano a la calle Marquesa de Pinares, del acueducto de los Milagros. Las siestas las pasábamos en la Estarquera, también conocida como Estercolera o la Mina. Allí olía a cartón mojado, a vinagre, a bichos muertos y las moscas para nosotros eran como moquirichis.
Moquirichi es como llamábamos a los gorriatos, esos pájaros pequeños que formaban notas musicales en los cables del tendido eléctrico y que cazábamos a pedradas.
A la Estarquera llegaban camiones con basura. Allí encontrábamos bolindres, atrasados As, ABC y Hoy que yo me llevaba a casa, libros, revistas porno, radios pequeñas, trozos de motores, mecanos, hierros de mil formas y un montón de cachivaches más que aprovechábamos para todo.
En verano nos tirábamos desde el pretil del puente de hierro al agua, unos de cabeza, otros -yo- con los pies juntos-, nos bañábamos en calzoncillos.
También nos zambullíamos en la Pesquera, un rincón del río Guadiana en dónde los pescadores dejaban anzuelos por doquier y que acababan más de una vez clavados en las plantas de nuestros pies.
Hacíamos la trampa del bote, subíamos a las dos higueras del campo de fútbol pequeño de los Chinos, probábamos sus higos, saltábamos a y desde balcones, nos tirábamos a toda velocidad -a tumba abierta se decía- cuesta abajo la calle Calvario o la cuesta del cementerio, nos colábamos en casas deshabitadas, creábamos nuestros propios tirachinas, fabricábamos casas con maderas, palos y uralita en las orillas del Albarregas, reventábamos uralitas en las tuberías que salían de la Corchera para beber agua, dábamos cigarrillos a los murciélagos, “cazábamos” nidos de golondrinas, que resultaron ser vencejos y no golondrinas, jugábamos en la calle al zorro gallo pito qué, a la taba, los bolindres, a los repiones. Peleábamos con los de las calles aledañas a las nuestras, los de la 18 de julio casi siempre nos ganaban, los de arriba, los de las calle Augusto y Capitán Fco. Almaraz, no. Éramos intrépidos y descarados. Éramos del Barrio.
Las costumbres se van perdiendo, se sustituyen por la pantalla del móvil, juegos sedentarios que sirven a corto plazo para no salir de casa y no molestar a los padres y a largo para no tener gran cosa que contar de mayores.
Y la vida hay que vivirla para contarla, ya lo dijo en sus memorias el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
No vivir en el pasado, pero sí recrearlo para no olvidar de dónde venimos.
Fin.