Nunca pudo imaginar el “Capo di tutti capi” (el Padrino) que se le recordara en la plaza de los Reyes Católicos y menos aún que fuera por motivos gastronómicos. Calogero Vizzini, Salvatore Riina y Bernardo Provenzano fueron los poseedores del rango en Italia, desde 1949 hasta finales del pasado siglo XX.
Menos aún los inquilinos de la prisión real que, obligados a aplacar el hambre con el rancho carcelario, se vieron forzados a ocupar hasta finales del siglo XIX, siquiera sea transitoriamente, los torreones de la denominada por entonces: Puerta Nueva de Badajoz.
La rebautizada Puerta de Palma se comenzó a construir en el prolífico siglo XV, pero fue en el siglo XVI cuando se ornamentó como hoy la conocemos. De estilo Renacentista, constituía el acceso monumental a la ciudad desde el Puente Viejo, con el que se conectaba mediante un recinto fortificado. Está integrada por un arco conmemorativo y dos torres cilíndricas de sólido aspecto. En la fachada exterior el arco es de medio punto, adornado con el escudo de Carlos I. En la fachada interior se sitúa la capilla dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles.
Desde luego el emplazamiento es inmejorable, máxime ahora con la remodelación que se está llevando a cabo en la plaza, donde por cierto se han respetado los raíles del añorado tranvía. Bien podría contemplarse la posibilidad de mejorar la vegetación y especialmente los degradados árboles, que lejos de adornar no hacen sino entristecer el bello entorno.
Aquí se encuentra, vistas al monumento, el restaurante “La Mafia se sienta a la mesa”. Un equipo de aproximadamente quince personas que se afanan por satisfacer a los comensales aficionados a la cocina italiana. Hasta él nos dirigimos el domingo por la noche para disfrutar de lo que fue una grata sorpresa. Decoración elegante, con amplios espacios diáfanos y con numerosos guiños a la estética de la mafia, inesperada y sorprendente, tratándose de un restaurante de cocina ítalo-mediterránea. Todo cuidado con mimo, hasta el más mínimo detalle.
Nos reciben en la puerta y nos acompañan hasta nuestra mesa. No habíamos reservado y empieza a ser imprescindible en Badajoz, bien sea por las celebraciones de Navidad bien por la tan anunciada e inexistente crisis consecuencia de la deriva inflacionista actual. Con alegría, pasamos a engrosar la ya importante cantidad de clientes, igual proporción de parejas de enamorados como de familias y grupos de amigos. En definitiva, muy buen ambiente.
Del negro al blanco, del jefe de sala a la camarera asignada y auxiliada por un ayudante ágil de reflejos y cortés en el trato. Apenas nos sirven las bebidas y nos obsequian con una suerte de sobrasada de tomate, bien especiada que, untadas en las regañás, son un acertado aperitivo.
El excelente primero: Sardine marinate sobre focaccia pomodoro y vinagreta de frutos secos (sardinas marinadas, focaccia pomodoro, Grana Padano D. O. P. y vinagreta de frutos secos). ¡No se puede empezar mejor, todo riquísimo y en su punto!
A continuación, la Insalata fresca affumicata con rúcula, speck, dados de scamorza (queso ahumado italiano) y gajos de melocotón. ¡Muy rica y contundente!
Para finalizar con el Sorrentino de pato y foie, con salsa de setas, salchicha italiana y reducción de Pedro Ximénez. ¡Sublime!
Rechazo la posibilidad de postre y café por ser la cena y por la abundante cantidad de los platos. Me reservo para la próxima ocasión pues está claro que este establecimiento es recomendable y no voy a quedarme con las ganas de probar esos ricos manjares. ¡Volveré!