Acostumbrados como estábamos a unos políticos elegantes y educados, habíamos entendido que era normal que aquellos a los que elegíamos para gestionar lo público debieran guardar las mínimas fórmulas de cortesía y buena educación.
En la actualidad, todo vale, legiones de advenedizos e iluminados, inútiles en la empresa privada e incapaces de aprobar una oposición, se ven forzados a vender de por vida su alma al diablo con tal de seguir comiendo de la sopa boba.
Por ello, no ha de asombrarnos que una señora que disfruta de un cargo público, asista al palco de invitados del Congreso de los Diputados durante la sesión de investidura del presidente del Gobierno y, no contenta con el discurso del candidato, se permita mentarle a la madre.
Bien es cierto que Pedro Sánchez Pérez-Castejón le recordó a Isabel Díaz Ayuso el affaire de su hermano, aquel negocio oscuro durante la pandemia, escandaloso o presuntamente corrupto, según denunció el entonces presidente de su partido, Pablo Casado Blanco, dando pie a una lucha cainita que concluyó con la dimisión del denunciante y todo su séquito.
Este es el nivel y todavía nos extrañamos de que España no sea la nación que debiera ser, como consecuencia de esta desvergonzada política nacional, fiel reflejo de una sociedad egoísta y carente de valores, donde prima la consecución de objetivos económicos o partidarios, por encima de cualquier otro.
Cohortes de políticos mercenarios tan sólo preocupados por su sueldecito y en lo inmediato, en vez de trabajar en aras a conseguir el bienestar y el progreso del conjunto de los españoles que, para más inri, somos los máximos responsables de todo lo que sucede al ser quienes los elegimos.
Pero volviendo a la expresión que nos ocupa: ¡Hijo de puta!, nos preguntamos: ¿Qué culpa tendrá esa madre, de lo que a una u otro interese, para ser nombrada? ¿De verdad es necesario llegar a esto en sede parlamentaria, máxime siendo una invitada por el privilegio de su cargo?
Sólo hubiera faltado que, a los oídos del candidato o a los de Magdalena Pérez-Castejón, (la “santa” madre del presidente, entendemos ha de serlo, aunque sólo sea por estar presente en el hemiciclo aguantando la que le estaba cayendo al hijo) hubieran llegado el adjetivo calificativo con el que la baronesa Ayuso les había obsequiado.
No obstante, lo que podría haberse quedado en un exabrupto o mera anécdota, toma cartas de insulto soez e inapropiado, al ser repetido al día siguiente, una vez meditado y ya en la Asamblea de Madrid.
Lejos de disculparse, la ofensiva y maleducada, se mofa en una suerte de monólogo del Club de la Comedia de muy mal gusto, reiterando la gracieta y clamando: “¡Me gusta la fruta!” (en lugar de lo que dijo realmente), al tiempo que la claque, al unísono, ríe y aplaude.
Pues les aclaramos y concluimos, hijas de puta e hijos de puta, en esta España nuestra, abundan, pero ninguna madre se merece que nadie se acuerde de ella en según qué momentos y menos aún por las actuaciones de las unas y los otros, pues, en este aspecto (a las hijas de puta nos referimos) y en los últimos años, también hemos avanzado mucho en lo que a igualdad de género se refiere.