Un mes ha pasado desde las graves inundaciones en la pacense localidad de La Roca de la Sierra. Apenas habían finalizado las tareas de tasación y valoración de las cuantiosas pérdidas, un ejército de peritos, tasadores y funcionarios ocuparon ambas riberas del arroyo de la Troya. Por esta vez se hizo bueno el chascarrillo de antaño de que “los viejos roqueros nunca mueren”, al menos no en esta ocasión.
Hartos de retirar enseres inservibles por la tozudez del lodo y la cercanía de la ribera, los lugareños han estado durante más de dos semanas limpiando y fregando. Tras los primeros llantos, la solidaridad y la fuerza de los roqueños puestos a prueba. Superando con creces el desafío, con su alcalde Luis Pilo Cayetano a la cabeza y todos a su vera, trabajando como lo que son, un pueblo unido y digno de admiración.
Desde la piscina de agua sucia en la que se convirtió ese centro social y destacado de la nacional 523 que es la gasolinera Los Sauces (predio de los hermanos De La Peña, abulenses de origen y extremeños por derecho) y la cafetería dónde tantas veces nos reunimos los ganaderos, la estampa que se contemplaba era dantesca.
Y los Sánchez Benito que, todos a una, se afanaban junto a sus paisanos y compañeros de trabajo en adecentar con sus medios propios los múltiples destrozos originados por la repentina avalancha. ¡Ay! Padre Goyo, la que hemos liado de tanto rezar a San Isidro Labrador para que lloviera. Está claro que, de ahora en adelante, además de cantidad tendremos que especificar los litros diarios que queremos del preciado bien.
Y la parte pública que se persona inmediatamente. El presidente Guillermo Fernández Vara a pie de tragedia, como es su obligación e impulso natural. Mientras que, alguna otra, a cinco kilómetros en la seca carretera y días después, que así no se moja, ocupada en hacerse la foto. Eso sí, en la parte más próxima a Cáceres en un viaje de ida y vuelta innecesario por no aportar nada a la solución de lo acontecido. Tal se parece a las modernas creadoras de contenido, enfebrecidas con ese afán en dar fe fotográfica de su ubicación y modelito de ropa, con la sempiterna sonrisa.
El delegado de Gobierno que, una vez atendida la urgencia humanitaria, se pone manos a la obra y gestiona todo lo preciso para resolver el socavón de la discordia. Carretera nacional 523 que, más que unir, separa Cáceres de Badajoz. A los obstáculos de las curvas del kilómetro 28, a los cruces de dos poblaciones, a los habituales cruces de los jabalíes y venados de la Sierra de San Pedro, y por si todo ello no fuera bastante, se le suma ahora una cicatriz en el asfalto. Roqueños y obandinos (zanganeros) separados una vez más.
Francisco Alejandro Mendoza Sánchez que, informa y aguanta estoicamente el tercer grado al que le sometemos desde el cuarto poder y lejos de amilanarse ni salir por la tangente, nos asegura que un mes. Un mes apenas y ya está la solución. Parcial e inmediata, solución temporal y alternativa, en cualquier caso. Solución paralela a la herida grave, lacerante, asfáltica, solución de continuidad definitivamente originada por el aguacero del temporal.
Por supuesto, con todas las medidas preventivas de seguridad necesarias y precisas en la circulación vial. Ahora a por la solución intermedia, la que en cirugía serían los puntos de aproximación, una vez cortada la hemorragia. Resolver el espectacular socavón que cercena la carretera nacional y siempre con las miras puestas en el ya inminente inicio de las obras de la autovía Badajoz-Cáceres que sin duda, será la solución definitiva.