Lo que se llama el encanto de una persona es la libertad que ejerce sobre sí mismo, algo que en su vida, es más libre que su vida. Esta frase es de Christian Bobin, escritor que falleció hace tres días a los setenta y un años de edad, con casi setenta libros publicados. Vivimos unos años acelerados, líquidos, superficiales, en donde la ignorancia y la falta de libertad, no son fruto del azar.
J.M.Coetzee cuenta en su libro “Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar” (traducido por Ricard Martínez i Muntada) que “Tras la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1958 a Boris Pasternak, por su novela Doctor Zhivago, el principal secretario del Komsomol (Juventudes del Partido Comunista de la Unión Soviética) comparó al autor con un cerdo que ha ensuciado el lugar donde come y ha cubierto de inmundicia gracias a cuyo trabajo vive y respira”.
Al hilo de estas palabras, otro escritor comentó que se sentía como si Pasternak le hubiera escupido en la cara.
Todo esto degeneró en una escalada de insultos (ultrajes, vejaciones y vituperios) que fue in crescendo y que acabó en una violencia y beligerancia tal que consiguió -en la URSS- que el premio que le dio “Occidente” a su escritor soviético, fuera lo de menos. El foco se desvió. Lo importante ya era otra cosa: la pérdida del encanto de vivir.
Coetzee pone más ejemplos de censura, autocensura y de la pasión de algunos por silenciar (a un escritor hasta se le hizo un examen psiquiátrico para “amedrentarlo” porque a alguien no le gustó lo que puso en un libro).
Es aquí a donde quería llegar con estos ejemplos, al uso de las palabras, a la libertad de ser nosotros mismos gracias a esa utilización.
La implacable ferocidad verbal -con base cierta o no, esto ya es secundario- ejercida sobre ciertas personas y circunstancias -en la URSS de allá por 1958, en la España de 2022, hacen que la frase de Christian Bobin sea más necesaria ahora que nunca.
Debiéramos evaluar, antes de opinar, qué libertad ejercemos sobre nosotros mismos, eso sí, siempre que queramos ser encantadores. Por supuesto. Pero encantadores no en la acepción de “hacer encantamientos”, sino en esa otra que especifica que una persona encantadora es aquella “muy agradable y que causa una grata impresión porque tiene muchos encantos o atractivos”, lo que debiera ser guía o timón del día a día.
Queda dicho.
Fin.