Siempre ha sido la acera de los números pares de la Avenida de Villanueva lugar de privilegio en lo gastronómico. Empezando por el afamado “Galaxia” y llegando hasta la esquina de la artesanal heladería de “Los Valencianos” que, curiosa y ampliada, se ha trasladado más próxima para poder así saludar a la remozada Plaza de los Alféreces. Entre los anteriores, exactamente en el número seis y frente a “El Corte Inglés” se encuentra un rincón muy especial.
Cuidado en cada detalle y que bien podría estar en cualquier gran ciudad europea. Llama la atención el buen ambiente que se respira apenas accedes al local, sobresaliente la decoración y la iluminación. Muy adecuada la música ambiente y acertado el volumen, permitiendo mantener una conversación amena y agradable sin necesidad de elevar la voz ni llegar al ruido tabernario de otros restaurantes.
Muy graciosos los uniformes unisex de Conchi y Álex. Apenas hemos entrado, ya nos están sonriendo y con gesto amable nos acomodan. ¿Mesa alta o baja? Empezamos muy bien, porque para beber cualquier sitio me sirve, para comer prefiero que sea con buen ambiente y mejor compañía. Vuelvo a los uniformes y me fijo en los tirantes, que ayudan a mantener los elegantes pantalones en su sitio y que al igual que las zapatillas son de color negro. Camisas blancas, como mandan los cánones y que sirven de contraste al resto.
Permítanme especial mención, por graciosa y acertada, la que me siento obligado a hacer a la visera de Álex. Quién iba a decirle al empresario vasco y tolosano, allá por el año de 1858, que una de sus mundialmente famosas boinas (“Boinas Elósegui”) iba a terminar por darle un toque elegante y divertido, como prenda de abrigo y adorno a la cabeza de nuestro anfitrión de hoy.
Pero entremos en materia. Apenas nos sentamos y nos obsequian con unas aceitunas manzanillas o sevillanas, bien presentadas. Como tenía en mente redactar la crónica gastronómica me dejo aconsejar por quien nos atiende y le solicito que me sugiera lo más representativo de la carta. De primero una ensaladilla ucraniana (igual que la rusa, pero con más huevos) con pulpos.
Ensaladilla muy bien presentada por el continente y por el contenido. El camarero se afana en explicar cada plato y nosotros se lo agradecemos. En este se aprecia el pulpo y se acompaña con dos tostaditas al pimentón de La Vera. Además, y como detalle de color una baya carnosa y jugosa, fruta tropical peruana o boliviana, llamada phisalis o jerenqueque. Muy acertada la mezcla de sabores y colores del plato.
De segundo “croquetones”, pues si bien nos las vendió como croquetas, les aseguro que son generosas para denominarse así. De cuatro sabores: chorizo, salchichón, carne de cerdo o bacalao. Acompañadas de mahonesa, con “h”, pues de Mahón se llevaron los franceses esta receta tan nuestra (compuesta por huevo y aceite) que siempre han pretendido apropiarse. En este caso en dos presentaciones, una ligada con curri y la otra con frutos rojos. ¡Magistral!
Por si no hemos tenido bastante, Álex nos informa que los jueves, los ya enormes croquetones, aumentan de tamaño. Pues guante recogido y cual si de un duelo se tratase sírvase buscar padrinos que nosotros por nuestra parte cumpliremos con la parte que nos corresponde.
Muy osados, nos permitimos pedir pavías de bacalao, advirtiendo de antemano que el listón lo tenemos alto por el recuerdo de las afamadas delicias del restaurante “La Esquina” del barrio de San Roque. A fe que no han de envidiarles nada, acompañadas por tres nuevas presentaciones de mahonesas, en esta ocasión de pimientos de piquillo, aceitunas negras y chipirones. Una auténtica fiesta para el paladar, además de una paleta más que agradable de colores. ¡Muy ricas!
Para postre me dejo asesorar por Conchi, quien pizpireta lo mismo guía al camarero que ella misma atiende a los clientes o anima a la cocina, dirigiendo el grado de celeridad en la ejecución y el ritmo de su equipo. Igual se pone sus gafas que se las quita y nos recomienda la tarta de queso casera. Completa la amplia variedad de la carta de postres con la tarta casera de bizcocho, chocolate y recubierta de nata; coulant de chocolate negro; “explosión de violetas” (helado compuesto con el famoso caramelo madrileño) …
Hago bien en seguir su consejo, la tarta de queso es generosa, al modo de la famosa receta de “La Viña” y de propina un helado de vainilla adornado con un canutillo de galleta. Sirve como broche de oro a este menú degustación de uno de los lugares que, tras la velada de hoy, me permito recomendar. Esta de hoy sí que es una experiencia gastronómica maravillosa e imprescindible para los gourmands, en cuyo grupo me incluyo pues aprecio y disfruto con los buenos manjares. Y parafraseando al general de cinco estrellas estadounidense: ¡Volveré! Y ya anticipo que, sin duda, será un jueves.