Entre gustos y disgustos Pelín ha salido escopetado del abandonado solar de la antigua avenida Alfonso XIII (Camilo José Cela en el callejero) y promete no volver a cantar el “María Luisa me quiere conquistar y yo le sigo, le sigo la corriente”; así, aprisa y corriendo, voló hacía el Silo pues está convencido que gracias a Antonio Vélez el monumento industrial estará como mínimo otros cincuenta años abandonado. Pelín ha cambiado el inmenso corralón de María Luisa Grajera y Vera (palomas incluidas desde 1931) por el nido de ratinas del Silo, que menos mal que no tienen alas porque Pelín no soporta que le roan la sábana.
Por cierto, que esta calle tiene reminiscencias de apellidos muy emeritenses: María Luisa Grajera era tía de los López de Ayala y varias casas después Leopoldo Sanchez Manzanero (de nuevo sale Antonio Vélez) tenía su famoso almacén de muebles. Como el Aragón no era apellido sino bar de calamares (excelsos), no lo cito. Ni tampoco la peluquería de José Antonio (en la calle José Antonio, valga la redundancia).
Yo aún recuerdo (y aprendo, recordar es aprender) el sonido del aire del María Luisa, perduran efluvios de zarzuelas, operetas, carnavales, Josemanuel Soto y Raphael; mientras, en el Silo eran traqueteos de trenes de cereal, chirridos de montacargas y run run de escobajos (cuando aquello se barría). Ainda mais, en el María Luisa entre polvos, ripios, basuras y risas todavía está el llanto de mi abuelita Carmen cuando en Semana Santa veía la película sobre la pasión de Jesús, el irónico siseo de Luis González (va por ti, Jorge) cuando nos colaba en alguna función y los “uh, qué miedo” que nos imponía la cara de terror de Pelín (más espectro que pajarito pardo). Entre el hoy de hoy y todos los ayeres del ayer ha sido un milagro que el María Luisa no se haya caído en estos 22 años, lo que la guerra no tumbó estuvo a punto de hacerlo la democracia, pero, justo es reconocerlo, fue Vélez quien lo rescató y consiguió que el María Luisa fuera municipal (tras cambalache con la Junta).
Después, por ahí anda la foto de Ángel Calle enredando entre las chapas. Y ahorita mismo, Pelín, fantasma de brillo medio, se me aparece por Cabo Verde, entre el ¡oh! y el ¡pse!, ¡pse!… y, con su voz de dimensiones cósmicas, clama: “por si faltase algo para el duro, amenazan visitas guiadas por el María Luisa, y tú quieres darla por el Silo…Estoy a punto de colgar la sábana y dejarla en el fondo de este almacén, que es el olvido”.