Que Antonio Rodríguez Osuna no iba a dimitir como alcalde de Mérida tras el escándalo de la escucha telefónica en la que reconoce haber «enchufado» a gente del PSOE en el Ayuntamiento era algo sabido. A Osuna le puede la soberbia; se cree por encima del bien y del mal y, como el que no quiere la cosa, le da la vuelta a la tortilla y acusa al trabajador municipal que le grabó su confesión de chantajista, de haberle llamado siete veces para que le hiciese un contrato fijo. Osuna es un descerebrado. Señalando a la persona que mantenía con él la conversación de marras lo único que ha provocado es que a ésta y a su familia le estén lloviendo las amenazas por parte de individuos que se hacen llamar «amigos del alcalde», lo cual no está contrastado.
Pero el hecho de devolver la pelota como un mal jugador de padel, puede traer otras consecuencias no esperadas cuando, en realidad, es el alcalde de Mérida el que reconoce en una conversación grabada que todos calladitos, porque quien denuncie no vuelve a trabajar en el Ayuntamiento «ni de alguacil» y, además, sugiere al trabajador que se haga autónomo para así contratar servicios con el municipio.
Todos los partidos políticos han solicitado la dimisión de Rodríguez Osuna. Todos menos uno. Miguel Valdés Marín, líder y cabeza de lista a las elecciones del 28 de mayo por la plataforma XMérida, dice que su formación no pide la dimisión «porque no le vamos a dar el gusto de que no lo cumpla».
Según Valdés Marín es el pueblo, el día de la votación, el que tiene que botar al alcalde y colocar en su lugar a un político «que no se piense que el Ayuntamiento es su cortijo particular», manifiesta el líder de XMérida. «Como lo hecho por Osuna es antidemocrático, los emeritenses tienen que utilizar la democracia para echarlo a la calle». Valdés Marín coincide así con el editorial de ayer de Diario de Mérida en el sentido de que es en las urnas donde se tiene que demostrar el rechazo a prácticas cuasi mafiosas.
Todos los partidos, excepto XMérida, piden la dimisión pero hemos visto muy flojito a Santi Amaro, el candidato del Partido Popular impuesto por María Guardiola Martín y que está prácticamente desaparecido de los medios de comunicación en virtud de la «tourné» que le han montado desde la junta gestora local para que conozca las distintas barriadas de Mérida. Amaro fue flojito como entrenador del Mérida y es flojito como político, si se puede llamar así a un recién llegado que no tiene ni pajolera idea de qué va el asunto.
Se lo están haciendo todo. Parece, en lugar del candidato del principal partido de la oposición, la escultura de cera de Iñaki Urdangarín cuando la retiraron del famoso Museo de Cera de Madrid. Dice lo que le dicen que diga. Hace lo que le dicen que haga. Y así las cosas, no es ni candidato ni político, sino un niño que le han metido por los ojos a María Guardiola Martín, quien también debiera dimitir por incompetente. En poco más de ocho meses se ha cargado el Partido Popular de Extremadura, lo cual comprobaremos a finales de mayo.
Osuna, mientras tanto, sólo desea que el temporal remita lo antes posible –toda la prensa nacional se ha hecho eco de la noticia–, y está convencido de que no ha hecho nada que esté fuera de la ley. Aquí no estamos como en Estados Unidos donde el fiscal actúa de oficio. No sabemos a qué están esperando todos aquellos que le piden la dimisión como alcalde para presentar una denuncia en los Juzgados. De lo contrario, Osuna saldrá reforzado de un crisis que él ha generado y, por si fuera poco, con Guillermo Fernández Vara dándole palmaditas en la espalda.