Los Jorge, nieto e hijo de Luis el de la Sevillana.
Tengo la dicha familiar de tener cerquita a los sucesores de dos generaciones de emeritenses que trabajaron ¡y vaya cómo trabajaron! en el Cine María Luisa durante décadas: Floro el de Luz desde su inauguración en 1930 y su hijo Luis el de la Sevillana desde los 40. Luis desde los 14 años. González ambos por supuesto.. Ambos ejercieron el noble, fatigoso y sudoroso oficio de operador de cabina en lo alto del María Luisa y detrás del haz de luz de la máquina Ossa, que aquello sí que era un chorro que además desprendía calor de intensidad cercana a la del sol. Infernal. De ahí la camiseta eterna de Luis.
Ahora que dicen vamos a tener otra joya cultural de la corona a mí me viene a la cabeza el arte de estos dos rebobinando a manivela con una destreza artesanal aquella máquina de polea que como no tuvieras cuidado te atizaba un castañazo harto intenso en el brazo, pues se frenaba a músculo y al tiento. Eran tiempos en los que simultáneamente se proyectaba la misma película en el María Luisa y el Liceo por lo que se tenían que programas en desfase y con tiempo de rebobinar. Bueno, de rebobinar y de pegar, que eso era otro arte específico solo al alcance de una técnica depurada, la de los González.
A saber: se cortaba la película, se empalma intentando que cuadraran los fotogramas, se raspaba hasta hacer transparente el film, se pegaba con acetona y se soldaban así los pedazos. Y a otra bobina, Catalina. Menuda saga la González Méndez de honda raigambre por la Calle Calderón de la Barca y la Plazoleta de Pizarro, de esos que hacen que Mérida tenga un encanto especial, una gente alucinante, será que llegan en febrero (y en todo el año) de nuevo a enamorarme.
Pero no quiero que el afecto me despiste, vuelvo a doña María Luisa Grajera y su teatro, en realidad cine gran parte de su existencia en la que no solo mi gente luminosa estuvo, la de los Piñeiro tampoco es mala saga. Mateo padre fue taquillero del María Luisa desde 1974 hasta que falleció en 1996 y mi Mateo el de los benditos Ferroviarios con 18 años ya estaba por los 50 pululando por allí. Eran tiempos en los que los cines de Mérida iban por partida doble: el María Luisa, Liceo y Navia de la misma empresa (con ramificaciones como el Carolina Coronado en Almendralejo). Y el Navia de Verano. Y la Plaza de Toros. El Trajano, Alcazaba y Ponce de León de los Calvo por otra parte. Y me dejo el Albarregas y Deportivo.
Hagamos historia: Comienzos del XX. El Ponce de León era el único sitio para la farándula de la época (me lo ha dicho Ángel Briz y eso es palabra del dios del cine) pero cerró en 1929. Un grupo de emeritenses arrendó el teatro a María Luisa Grajera que puso tales ventajosas condiciones que decidieron ponerle su nombre. Se siguió proyectando cine durante la guerra con los lógicos altibajos de la desgraciada contienda y a principios de los 40 entra la empresa Bahía que llevaba simultáneamente el María Luisa y el Liceo. Y en verano la Plaza de Toros. Las películas se intercambiaban en el Bar La Oficina. A su vez el Trajano era de la misma empresa que la Terraza Deportivo intercambiándose también ellos las películas en los años 50.
El María Luisa empezó siendo Teatro ante la falta de una sede cultural durante el año para ese arte en Mérida. Siempre aparte el Teatro Romano. Una Mérida que bullía de variedades y cultura e incluso de Manolita Chen, una injusticia histórica, ausente en nuestro callejero y en nuestra historia cultural. Una Mérida a la que contribuyeron de una manera callada, silenciosa, sudorosa y callada Floro el de la Luz y Luis el de la Sevillana. Y si Juanma quiere otro día sigo, que aquí hay película. Si Dios quiere siempre nos queda el mañana. The End
Magnífico artículo para deleitarse y añorar la Mérida de nuestra niñez. ¡Enhorabuena!