Tres citas al año. Tres ocasiones ineludibles para ver a los amigos, que si algo nos ha enseñado la maldita pandemia es a priorizar lo importante. Sevilla, Salamanca y Zafra; abril, septiembre y octubre. El lunes día 12 de septiembre, por la autovía de La Plata y dándole gracias a los romanos, llegamos desde el sur a Salamanca.
¡Vaya tela! A quién se le habrá ocurrido plantar este mazacote, a nuestra derecha, en la misma entrada a esta bella ciudad, impidiendo la vista panorámica y la bienvenida de uno de los cascos históricos mejor cuidados de España. Especialmente la visión de sus dos catedrales, la vieja y la nueva, la románica y la gótica tardía, renacentista y barroca, la de Santa María de la Sede y la de la Asunción de la Virgen.
¡Anda que si es en Extremadura! Aún andarían a tiros con la obligatoria declaración de impacto medioambiental. Que ni al benemérito cuerpo, que fundó y dirigió don Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II duque de Ahumada y V marqués de las Amarillas, se le hubiera permitido tal osadía y/o barbaridad. Y es que nuestro Estado de las Autonomías tiene sus ventajas y sus incongruencias.
Cruzamos el puente sobre el rio Tormes y desde aquí un homenaje a todos los anónimos, pícaros, lazarillos y plumillas que, unos y otros, son enseña y ejemplo vivo de nuestra piel de toro. Y comenzamos a subir el puerto de primera categoría que, para los que vamos “pasados de equipaje”, supone la calle San Pablo.
Y es que según figura en la placa de la Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico que preside la fachada del Palacio de La Salina, nos encontramos a 796,8 metros de altura sobre el nivel medio del Mediterráneo, en Alicante. Aquí quisiera ver a Remco Evenepoel, Primoz Roglic, Tadej Pogacar y a nuestro Enric Mas.
Y en la cima, el premio de la montaña que, para los que ejercemos de “gourmands”, es “Casa Paca”. En la misma esquina, en el número diez de la salmantina Plaza del Peso. Fundada en 1928, nos recibe con las jornadas del rabo de toro y ya tenemos medio artículo resuelto que, en habiendo este manjar, no hay porqué perder el tiempo poniéndonos las gafas, correctoras de la incipiente y galopante presbicia, y estudiar la carta.
Es Germán, dueño, maître, acomodador, relaciones públicas y guarda de circulación en este restaurante de varias alturas y verdadero laberinto con diferentes salones. Además, maestro relojero, entre otras múltiples funciones ya que aún, llegando cerca de las cinco de la tarde, corrige el horario de cocina y, como buen cristiano, hace valer la obligación bíblica de “dar de comer al hambriento”, que en ningún párrafo se ceñía ni limitaba la hora de cumplimiento de dicho mandato.
Nos deja en manos de Lizbeth, colombiana de Cali, quien como tal atiende a los “doce apóstoles hambrientos” que componemos esta mesa tan principal. Y es que estamos de feria y la alegría y la guasa se nota en los aquí reunidos; y en la camarera que, sin perder la seriedad profesional, sabe reconducir los osados y atrevidos comentarios. ¡Que Cali es mucho Cali!
Si el principal estaba claro desde que vi el anuncio en el frontispicio de “Casa Paca”, los entrantes son responsabilidad de Blázquez. Sin haber entrado aún, trabajo casi resuelto. Un cortador profesional de jamón en la misma puerta, que estamos en Salamanca, a nada de Guijuelo y a poco de Crespos (Ávila). Los hermanos Blázquez Hernández, Isidoro y Santi. Grandes empresarios y mejores industriales, ¡que tienen a quien salir!
Inevitable el recuerdo emocionado y entrañable a don Jacinto Blázquez, primero de una saga de verdaderos artistas, magos extraordinarios y conocedores de este manjar. Pionero, junto a su inseparable Justo Martín Gómez, de lo mejor de esta tierra en productos y sobre todo en personas, caballeros y empresarios como pocos. ¡De los de estrechar la mano y trato hecho! Que con la palabra dada sobraba. ¡Total igualito que ahora, que ni con un regimiento de notarios!
Así que de entrantes una selección de “Único” de Blázquez que, si el jamón es insuperable, el lomo es equiparable al mejor y enlatado que conozcan. De lo bueno… lo mejor. ¡Maravilla! (Tal y como ahora se expresa la juventud).
Como quiera que somos muchos, además unas anchoas del cantábrico (que nos cae simpático el presidente Revilla); engráulidos que los fenicios prepararon por primera vez en salazón y que posteriormente los griegos expandieron el hábito de consumir. Unas gambas de muy buen tamaño, al ajillo con su poquito de picante, que da emoción al plato. ¡Todo muy rico!
De principal rabo de toro, protagonista gastronómico de la feria y un gran acierto por parte de Germán destacarlo en su carta; tierno y en óptimo punto de cocción, deshaciéndose en la boca. Otros chuletillas o paletillas de cabrito a la brasa, que bien próximas están las comarcas extremeñas líderes en este otro producto gourmet.
De postre torrijas con helado de canela, tiramisú, tartas de diferentes tipos y los imprescindibles cafés. ¡Todo casero y excepcional!
¿Anécdotas? Muchas, quizás la más nombrada la rotura de un metacrilato de separación del restaurante, debido a la pendiente y al exceso de ímpetu a la hora de sentarse de Benigno Hernández, “Beni”. Aunque aún siguen discutiendo Beni y José Antonio Ledro León, tomando su descafeinado bombón, quién es el responsable de la hazaña.
Y en tres semanas … ¡Zafra! Tercera y última de este año de 2022, que tan rápido está pasando.