Ésa es la denominación que otorga Vicente Sos Baynat a la cumbre más significativa y evocadora de Mérida. En un artículo que el eminente geólogo publicó en el semanario “Mérida”, año cincuenta y tres, la describe científicamente y dice, entre otras cosas, que “se presenta como un montículo, más ancho que alto que está a trescientos setenta y cuatro metros sobre el nivel del mar y es un testimonio excepcional, ínfimo en cuanto a su proporción, pero grandísimo en cuanto a los detalles, de una extensísima historia de la corteza terrestre extremeña”. Continua: “ Su suelo de caliza es la prueba de que se formó en el fondo de un mar, en una edad llamada Cámbrica, con aguas tranquilas, templadas y poblada de seres muy primitivos”.
Emociona leer a Sos Baynat, aquel científico tan ligado a Mérida, por Fernández López, la minería del estaño y el Museo de Geología, cuando narra que “la base que sustenta a Carija, formada de granito, de piedra berroqueña, demuestra que en este lugar el suelo se convulsionó y dicha roca, procedente del interior de la tierra, pudo asomarse a la superficie como una masa pastosa a la manera de una erupción especial”. Hablamos de más de quinientos millones de años atrás, cuando las placas continentales, a la deriva, se fueron reagrupando hasta formar aquel supercontinente llamado “Pangea”que luego se fracturó para configurar la realidad que conocemos.
Vicente Sos Baynat apadrinó intelectualmente, muchos años después, un brillante Congreso sobre el Paleozoico, la era geológica que consolidó a Extremadura y Carija. Se desarrolló al amparo arquitectónico del “Costurero», rehabilitado para su Colección de Minerales, aunque luego algunos decidieron que en aquel soberbio edificio era mejor sacralizar la Justicia que la Ciencia. En el artículo reseñado sigue contando: “Carija, en otros tiempos, fue una montaña mucho más grande que en la actualidad, de tal manera que antes de quedar aislada, como ahora la vemos, formó parte de los picos de una sierra que se extendía hacia Esparragalejo y La Garrovilla. Carija, más alta y joven que ahora, en plena época Terciaria, presenció cómo se dibujaban los primeros trazos imprecisos del río Guadiana”. Luego incita la curiosidad del lector, afirmando que “por esta montaña merodearon las grandes fieras y los grandes herbívoros de la fauna Cuaternaria y por su riscos anduvieron también las tribus de hombres prehistóricos”.
Es oportuno reflejar estas consideraciones ahora que, con las obras de mejora del camino a Proserpina, las máquinas afloran estratos calizos muy notables, bajando la Cruz, así como suelos de cultivo con restos de asentamientos humanos. Es evidente que los remanaderos que llegaban al “Pilar de Carija”, antaño público, debieron propiciar la vida de alguna villa rural, herencia tal vez de la de Carisio, quien sabe.
Sos Baynat estudió a fondo el potencial minero de Carija y estableció que aquéllo era un inmenso yacimiento de Wollastonita o Silicato Cálcico, un mineral relativamente escaso en el planeta y que intensifica progresivamente su uso en la industria cerámica de alta definición o en los implantes de huesos sintéticos, siendo un mineral Bioactivo. Su valor ecológico estriba, sobre todo, en que en los procesos industriales no desprende Dióxido de Carbono como los carbonatos cálcicos. Ilustra contundentemente el valor de este mineral, saber que el revestimiento de las naves espaciales lleva Wollastonita. Así se protegen de la infernal temperatura que provoca su reentrada en la atmósfera terrestre. Una placa desprendida provocó la tragedia del Challenger.
Igualmente en las investigaciones sobre motores de cerámica para automóviles es protagonista este valioso legado mineral de Carija, como se explicó en la Asamblea que la Sociedad Española de Cerámica y Vidrio celebró en Mérida de la mano de su secretario general el Doctor Jesús Maria Rincón, notable investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Aquel evento, celebrado en el “Costurero” evaluó Carija como uno de los yacimientos de Wollastonita más importantes de España y del mundo, otorgándole un alto valor estratégico. Es decir un material que explotado adecuadamente y buscando sus valores añadidos podría generar mucha actividad.
El colofón triste de esta historia es que parte del yacimiento fue masacrado para extraer material cimentador de la autovía entre Almendralejo y Mérida. Así se destruyeron opciones de futuro con la connivencia, aparente, entre la ignorancia, la permisividad oficial y la avaricia, esa terrible trilogía que tritura la dignidad de los territorios pobres, tan frágiles ante el caciquismo.
Pero ahí sigue Carija, la “montaña” de Mérida, contemplando su entorno, seco y áspero, tan distante de las templadas brisas marinas que la envolvieron durante tantos millones de años. Algo debe quedar de aquellos efluvios, depositados en ese charquito microscópico que es “la Charca”, si la comparamos con aquel mar que bañaba casi toda la Península. Debía ser por sus residuos originarios, pero el caso es que, cuando empezábamos la temporada de baños, a quienes tenían algún eczema le desaparecía, casi por encanto. Igual que cuando se cocían legumbres con aquellas aguas. Todos los “charqueros” alababan sus virtudes, herencia, sin duda, de las propiedades salutíferas de aquel mar arcaico que retiró sus orillas más cercanas hasta Lisboa y Huelva, al menos de momento.
¿Qué les parece a ustedes, el mar, la mar, en casa ? Parece increíble que la Geología sea tan cruel y nos haya privado de su maternal presencia. Aunque si lo pienso un poco, ya encuentro la razón por la que tanto nos gustaba aquella celebrada canción italiana de “Sapore di sale, sapore di mare…”. Y es que, sin saberlo, nos devolvía a lo más remoto de nuestro pasado.