A principios de los años ochenta del siglo pasado, en mi adolescencia, empecé a pisar con los colegas los bares de Mérida. El Martinete, el Pestorejo, el Pablo, el Juan, el Miguel (la Muralla), la Risa del Cartero, el Mirador, son los primeros nombres que me vienen a la cabeza.
Ya conocía de antes algunos de los bares de la zona de por donde yo vivía. El Barrio. Al bar Hilario, al Bocanegra y al Marcelino todos en la calle Calvario aunque el Marcelino -dónde trabajé un verano-, como daba de esquina con la Dieciocho de Julio (C/ Toledo actual) nos llevaba mi padre los fines de semana a mí y a mis hermanos para que mi madre descansara un rato de tanto niño. Algún que otro domingo también ya con toda la familia, nos comíamos un bocata de calamares del Aragón en la calle José Antonio (actual Cervantes), en el Mora (en C/ Morería), los caracoles de El Yate en la calle Arzobispo Maussona o mi padre nos llevaba a uno de los bares que pisó en su juventud, el bar la Oficina de su amigo Modesto -habían sido vecinos- en la calle de Los Maestros. Y luego ya en verano después de bañarnos en la Charca (¿Quién de Mérida -y de mi edad- no aprendió a nadar en la Charca?) nos comíamos una ensalada y una tortilla de patatas con vino con limón en el chiringuito de la Chon, pasando de largo la Muralla.
Todos estos bares de mi infancia ya solo existen en el recuerdo, aunque algunos de ellos los visité en la exultante y etílica adolescencia cuando salíamos de mi casa y hacíamos una ronda que empezaba en el Bocanegra, seguía en el Marcelino, pasábamos por el Hilario que había cambiado de ubicación, de la casa baja y vieja de la calle Calvario, (Hilario y su esposa y su hijo Felipe, gran persona y gran profesional que antes de que entraras por la puerta ya tenía puesto lo que ibas a pedir y aunque fuera a un grupo de diez personas acertaba siempre) pasaron a un local más amplio en la calle Marquesa de Pinares con unas vistas impresionantes a una “esquina” de lo que queda del acueducto de los Milagros. Del Hilario íbamos al Corzo (donde antes estuvo el 007 y luego el Cibeles) y de ahí a por más botellines del Águila al Arroyo que, cuando lo cogió Luis se convirtió en el Colón. Si nos queríamos reservar para cuando llegáramos al Juan, no hacíamos una parada en el bar de la Torre de Mérida, el de al lado del Spar (creo) ni luego en el Córdoba. Pero también caía alguna cerveza de vez en cuando en esos sitios.
Quería quedarme en la calle Marquesa de Pinares en uno de los bares de mi adolescencia porque empiezo a acodarme de nombres y los quiero dejar para otro día.
El Martinete (el 2002 de la calle San Francisco en donde hacen las mejores tortillas de patata de muchos kilómetros a la redonda), la tasca del Tiro de Pichón (en los altos del que es ahora el Barocco), el bar Sol (ahora El Pestorejo), el Ropero, el pub Junior en Marquesa de Pinares (lo conocí por dentro porque cuando trabajé en el Marcelino recargaba las cámaras y abría la puerta a la limpiadora), el Pope (Míster Pope era su nombre), el Quini (en la Charca y luego más arriba de los Salesianos, donde también Guerola tuvo un restaurante), el Nano, el Edma y el Eduardo, el España, el pub de los bajos del Hotel Nova Roma, el Moto Club, la Corrala, la Tahona, el Lucas, el Lennon, el Travel, el Menfas, el Maykel´s, el Disco Teatre (algunos le decían el Deté o La Dete), el Bocata Bocatín, la Tahona, el Lucas, el Gris, el Cine +Rock, el Ropero, el Picú, el Lucas, el Athos, la Rivolta, la Vita, todos los pubs y bares del Foro, el Francia, el Dada, el Nasti, el Lizzy, el Rincón de Pérez, el Rocío, el Pajares, el Pehíto, el Antillano, el Morales, el Briz, el Jazz, el Retiro, el Maruja Limón, el Benito, el Nicolás, el Rafael, el Gaspar, el Chinche (yo creo que junto con la Bremen, el Sala, la Vita, el Benito, el Pajares y el Jazz, el Nevado, el Torero, el Retiro, el Morales y el Yate aunque estos tres últimos cambiaron de ubicación, es, de todos los nombrados, de los pocos que siguen abiertos), el Garaje, el Quintanilla, el Tellum, el Martos, la Charra, el Verato, el Aurelio, Mesón el Torero, el Escondite, el Serranito, el del hotel El Puente, Vía Flavia, la pizzería Galileo, el Arcade (antes bar Zeppelin), el Mesón el Labrador, el Casino, el Liceo, el Mesón Emérita, el 007, el Tabarín las noches de Extremadura, el Nova (para seguir la marcha a las siete de la mañana). el Ditoni, el Mimi, el del Emperatriz…
He empezado a poner nombres, uno me ha llevado al otro y esto ha sido un no parar. Ahora que lo pienso, mi adolescencia y juventud (bueno, vale, y madurez) tuvieron que ser bien azarosas porque todos estos antros, chiringuitos, bares, baretos, pubs, discotecas y tabernas los he pisado alguna que otra vez en la vida. Y en algunos hasta repetía. Y no para beber zarzaparrilla precisamente.
Resumiendo, a lo que yo venía por aquí es a decir que todos estos sitios me han curtido (nos han curtido) y nos han hecho conocer «mundo». En un solo sábado podíamos estar en siete ambientes diferentes. Empezar, a tus diecisiete o dieciocho años, bebiendo vinos baratos en el Martinete con los jubilados, pasar luego al Juan con los amiguetes de tu edad, luego ir a la Corrala a comer unas raciones junto a parejas con hijos, aparecer por el pub de modernillos del Picú (ahora es el restaurante chino más antiguo de Mérida, en la calle Marquesa de Pinares) a escuchar el sombra aquí sombra allí de Mecano o, al rato, encontrarte escuchando el maneras de vivir o el corre corre corre que te van a echar el guante de Leño con la voz aguardentosa de Rosendo en el Patio, dar un voltio por el Ropero (la gente no salía del armario, salía del ropero) precursor del Athos, pub de ambiente, ir a oler el «humillo» del Pope que era medio jipi o acabar en el DT, la discoteca de moda escuchando el money for nozin de Dire Straits, el karma camilion de Culture Club, a seguir la marcha.
Acabar a las tantas de la noche en el Lucas rodeado de jevis, escuchando a los Barricada, el resistiré, resistiré hasta el fin de Barón Rojo o algo de los Iron Maiden. Y a veces hasta podía uno encontrarse en el pub Junior al ambiente chill out (antes no se llamaba así) tranquilamente con una amiga (íntima) a hacer manitas (es un decir) en un sitio tranquilo, de luz tenue y música a juego, para volver otra vez al bar Juan en dónde muchos éramos parte del mobiliario (lo digo siempre).
Al final uno es de los bares y sitios que ha pisado. Como la vida misma.
Eres un crack Guillermo nunca podría pensar que leer esto me traería tantos recuerdos sobre Mérida y los años ochenta jajajaja jajajaja eres impresionante tron
Gracias!!!
Creo que te ha faltado LaGaleria, que aún está abierta. Es el pub más antiguo de Mérida.
Has descrito lo que era mi juventud a la perfección. Además hasta los recorridos.
Fallo mío. Alguna que otra noche pisé La Galería, en la calle Viñeros. Un sitio «auténtico», con personalidad. Un saludo.
Había otro para escuchar heavy y trincarse jarras de tinto con limón, el Gregorio.
Gracias por activarme neuronas 🙂
Gregorio creo que era el del Rincón de Pérez, en la calle Peñato.